Principio de no-contradicción

El pensamiento occidental tiene entre sus cumbres más altas e ilustres a la lógica. No importa su sabor: silogística, proposicional, informal, filosófica, de predicados, modal, computacional, matemática, difusa… Todas ellas comparten una serie de principios o fundamentos y se diferencian en otros, bien sea por su alcance o su metodología. Uno de esos principios que comparten casi todas estas ramas es el conocido principio de no-contradicción.

Anhelo

Vasta memoria, tejido de recuerdos. La esperanza confusa conjetura al horizonte. El mañana es una promesa que se desvanece distante; el pasado inalcanzable.

Oscurece. En una estrella hay un niño que me observa. Como un faro titilan los recuerdos que ya no tengo pero sé que alguna vez estuvieron. Yo soy el niño. En cada paso persiste aquella palabra como el eco lejano de una canción olvidada.

Arde el tiempo sin sentido, no hay huellas detrás del horizonte. He extraviado ese lugar, nuestro anhelante paraíso perdido. Te pierdo. Me pierdo. Cada paso hacia delante es también un regresar. Eterno juego de luces; sombras de borroso perfil, pedazos de nuestra propia historia.

Así, la esperanza se convierte en un ritual que se desliza entre los pliegues del tiempo. ¡Cuánta inocencia! El horizonte es pasado y futuro, nos invita a seguir caminando, persiguiendo la quimera que se revela en la penumbra de nuestros propios sueños.